sábado, 1 de octubre de 2011

Pasa el tiempo- Rosa Olivares




Christian Boltanski. Menschlich, 1994; Les Suisses morts, 1990. Vista de la exposición en el Kunstmuseum Lichtenstein, 2009




Pasa el tiempo, pasan las personas, y aquellas que fueron protagonistas desaparecen para situarse primero en un segundo plano y, finalmente, detrás del escenario. Algunos regresan en persona en ese trampantojo que son los homenajes, pero la realidad es que se fueron. El arte tiene en el paso del tiempo uno de sus temas recurrentes y más perentorios. Deprime y asusta cuando como estudiante analizas todas esas vanitas, todas esas jóvenes bellezas que al asomarse al espejo ven reflejada su imagen de ancianas decrépitas. Símbolos de lo efímero, del inexorable paso del tiempo y de la transformación de la vida. No es, finalmente, de la muerte de lo que se habla cuando se habla del tiempo, sino de la transformación de las situaciones vitales, de cómo todo lo que se tiene se pierde: la belleza, la riqueza, el poder, el gozo... Todo es vano capital, como apuntaba el poeta llorando la muerte del padre.

En estas últimas semanas han ido desapareciendo artistas famosos y otros que lo fueron y ya han sido olvidados, como lo serán la mayoría en algún momento. Incluso los que hoy llenan páginas en revistas y catálogos, flor de papel de un día, de un mes, de un año de duración. Sorprende cómo las nuevas generaciones no sólo han olvidado, sino que nunca conocieron a aquellos que fueron esenciales en algún momento no lejano. Pocos son los que pueden dar en orden la lista de directores del Reina Sofía, aun siendo sólo unos cuantos, ni la de los artistas que han representado a España en las sucesivas bienales de Venecia, y para qué hablar de sus correspondientes comisarios, y eso que ni todas juntas llegan a ser lo mismo que la lista de los reyes godos o de los afluentes del Guadalquivir por la derecha y por la izquierda, listas que memorizábamos y recordábamos durante años. Pero no se trata de un problema en el sistema de aprendizaje, sino de la velocidad que la vida actual nos impone: después de ese éxito, de ese poder que debemos conseguir rápido, viene el olvido, veloz e inevitable.
¿Para qué esas luchas por el poder que vemos continuamente? ¿A dónde va ese afán de protagonismo voraz? No olvidemos que sólo tenemos derecho a 15 minutos de fama, y después, el olvido. Y muchos no llegan ni a cinco minutos. Si la aceptación nunca es unánime, el olvido es absolutamente general, que nadie se engañe. Quedan los hechos, no las personas; quedan los trabajos bien hechos, los logros, los experimentos, los avances, las ideas... Y eso debería ser suficiente. Que nos sobrevivan nuestros libros, y que la memoria que dejemos esté firmemente relacionada con el conocimiento, con la creación, arraigada en el trabajo de aquellos que pueden olvidar nuestro nombre pero nunca lo que hicimos. Como esos edificios maravillosos en los que entramos admirados sin saber quién los diseñó. En arte sólo los grandes nombres perduran emparejados a sus grandes obras, pero muchos que hoy se construyen a sí mismos como si fueran catedrales o pirámides, por más que urdan estrategias y fundan en pesado bronce sus mediocres trabajos, no quedarán más que en 15 minutos. Porque de ese tipo de artistas, de personas, hay siempre tantos que hacen cola a la puerta de la fama y del éxito. Engañándose, pues esa puerta es la de servicio, no la principal.