lunes, 19 de noviembre de 2012

Luis Camnitzer

The photograph

Mecenas o algo parecido. Rosa Olivares




A pesar de que la ley de mecenazgo esté estancada en los laberintos burocráticos y en los intereses políticos, es evidente que la necesidad de ayudas al arte, a las iniciativas de todo tipo, está encima de la mesa y ocupa parte de los objetivos de los grandes holdings y empresas, así como de los particulares con más sensibilidad al respecto. Pero no hay que confundir los términos.

Mecenas es aquella persona o entidad que da dinero, que pone dinero, en cantidades significativas, para que se haga un proyecto concreto. Mecenas es quien facilita económicamente, en abundancia suficiente, el trabajo y la sostenibilidad de uno o varios artistas. Los mecenas clásicos eran aquellos que mantenían a determinados artistas prácticamente siempre, con su dinero, para que estos pudieran trabajar, crear su obra. Por supuesto, el mecenas recibía a cambio alguna de las obras creadas por ellos; nada es totalmente gratis, ya lo sabíamos.

Mecenas son esos coleccionistas que donan parte de su colección a cambio de que su nombre aparezca en algún sitio, claro que también desgravan, pero eso no empaña su generosidad. Por ejemplo, esos coleccionistas de otros países (casi diríamos de otros mundos) que ceden sus obras maestras para que el museo del Estado, es decir público, pueda mostrar obras que nunca pudo o supo comprar. Eso es un mecenas, el que da mucho a cambio de casi nada. El que da poco o casi nada a cambio de repercusión mediática es otra cosa, pero desde luego, mecenas no.

El Museo Thyssen Málaga ha puesto en marcha una iniciativa para “dar difusión a nuevos talentos del arte” a través de la producción de unas tarjetas postales que se venderán en sus sedes, o se regalaran, y aquel que tenga más votos en la plataforma Mecenas 2.0 recibirá un premio de 400 euros. Si, no hay error: cuatrocientos euros. ¿Qué tipo de mecenazgo es dar 400 euros a cambio de que un montón de jóvenes estudiantes y artistas les den gratis sus dibujos, ideas, proyectos en formato tarjeta postal para que se vendan (o se regalen, me da igual) en las tiendas del Thyssen? Esto no tiene nada que ver con ser un mecenas, más bien todo lo contrario.

Recordemos que el Thyssen es un museo privado con apoyo económico (alquiler de la colección y locales cedidos) del Estado o del Ayuntamiento de Málaga (de lo que nos enteramos cada vez que hay que renegociar los precios previas amenazas veladas de la Baronesa de que la colección es suya y se la puede llevar donde quiera), que cobra su entrada todos los días, ni siquiera un día a la semana es gratuito. Vamos, que cualquier parecido con un mecenas es pura casualidad.
Seamos serios y llamemos a las cosas por su nombre. Y por favor, cuando alguien ponga dinero, ayude a la cultura, será un gesto que todos agradeceremos, pero no confundir apoyo con mecenazgo, ni crowfunding con mecenazgo, ni limosna con mecenazgo, ni picardía con mecenazgo, ni autopromoción con mecenazgo. Ni mucho menos iniciativas dignas de un centro cultural de barrio con las que debería tomar un museo de la calidad, una colección de la importancia del Thyssen.

martes, 13 de noviembre de 2012

Juan Carlos Mestre




Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo.
Un poema de Lèdo Ivo es una luciérnaga que busca una moneda perdida. Cada moneda perdida es una golondrina de espaldas posada sobre la luz de un pararrayos. Dentro de un pararrayos hay un bullicio de abejas prehistóricas alrededor de una sandía. En Cavalo Morto las sandías son mujeres semidormidas que tienen en medio del corazón el ruido de un manojo de llaves.
Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo.
Lèdo Ivo es un hombre viejo que vive en Brasil y sale en las antologías con cara de loco. En Cavalo Morto los locos tienen alas de mosca y vuelven a guardar en su caja las cerillas quemadas como si fuesen palabras rozadas por el resplandor de otro mundo. Otro mundo es el fondo de un vaso, un lugar donde lo recto tiene forma de herradura y hay una sola tarde forrada con tela de gabardina.
Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo.
Un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo es un río que madruga para ir a fabricar el agua de las lágrimas, pequeñas mentiras de lluvia heridas por una púa de acacia. En Cavalo Morto los aviones atan con cintas de vapor el cielo como si las nubes fuesen un regalo de Navidad y los felices y los infelices suben directamente a los hipódromos eternos por la escalerilla del anillador de gaviotas.

Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo.
Un poema de Lèdo Ivo es el amante de un reloj de sol que abandona de puntillas los hostales de la mañana siguiente. La mañana siguiente es lo que iban a decirse aquellos que nunca llegaron a encontrarse, los que aún así se amaron y salen del brazo con la brisa del anochecer a celebrar el cumpleaños de los árboles y escriben partituras con el timbre de las bicicletas.
Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo.
Lèdo Ivo es una escuela llena de pinzones y un timonel que canta en el platillo de leche. Lèdo Ivo es un enfermero que venda las olas y enciende con su beso las bombillas de los barcos. En Cavalo Morto todas las cosas perfectas pertenecen a otro, como pertenece la tuerca de las estrellas marinas al saqueador de las cabezas sonámbulas y el cartero de las rosas del domingo a la coronita de luz de las empleadas domésticas.
Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo.
En Cavalo Morto cuando muere un caballo se llama a Lèdo Ivo para que lo resucite, cuando muere un evangelista se llama a Lèdo Ivo para que lo resucite, cuando muere Lèdo Ivo llaman al sastre de las mariposas para que lo resucite. Háganme caso, los recuerdos hermosos son fugaces como las ardillas, cada amor que termina es un cementerio de abrazos y Cavalo Morto es un lugar que no existe.

Juan Carlos Mestre en La casa roja (Calambur Editorial, Madrid, 2008), incluido en Una lectura (Círculo de Bellas Artes, Madrid, 2007).

martes, 6 de noviembre de 2012

Agustín García Calvo, España, 1926





¡Cuántas cosas...!

¡Cuántas cosas tendría que deciros,
si supiera quién hay tras de la puerta,
si pudiera contar lo que despierta
cada vez que se duermen mis sentidos!

Pero ya no me queda entre los giros
de los pasillos de esta vida muerta,
más que un polvillo de memoria incierta,
que no sé si en un soplo transmitiros.

Puede que alguno de vosotros sienta,
al oír lo que digo, que esa cuenta
ya la ha oído él sonar antaño.

Y tal es verdad. Yo aquí en la boca
siento que lo más mío me es extraño
y que en mí la razón se vuelve loca.