sábado, 30 de noviembre de 2013

lunes, 25 de noviembre de 2013

Vivir entre arte - Rosa Olivares


Coincidiendo en el tiempo, en una misma semana, hemos asistido como espectadores a dos situaciones muy diferentes de lo que se podría definir como ”vivir entre arte”, algo que sólo pueden hacer los coleccionistas (grandes o pequeños), aquellos que trabajan en museos y, por supuesto los artistas. Los artistas son los que crean, por lo tanto su relación con la obra de arte es distinta a la de cualquier otra, es, por decirlo de alguna forma, algo natural e inevitable. En la misma semana hemos asistido a la inauguración del museo Jumex en México DF y a la confiscación por parte de la policía alemana de la inmensa colección de obras de arte que Cornelius Gurlitt tenía en su casa en Munich. Cornelius (un nombre y una historia sin duda para un cuento de finales del siglo XIX) vivía literalmente con el arte, solamente con sus cuadros de Chagall, Matisse, Lieberman… como él mismo afirmó en sus escasas declaraciones a la prensa “Yo sólo quería vivir con mis cuadros”. Porque obviamente eran sus cuadros, heredados de su padre (director de museo, coleccionista, uno de los introductores en Alemania del arte moderno, y posteriormente, al parecer, colaborador necesario del nazismo) y aquí no voy a entrar en cómo consiguió esta colección extraña y millonaria, y hablamos de más de mil millones de euros. Cornelius había crecido entre estos cuadros, los tenía colgados en su apartamento de escasos cien metros cuadrados. Vivía sin opulencia, solo y discretamente, sin Internet y casi sin usar el teléfono. Los cuadros, sus personajes, el arte, eran su única compañía y prácticamente su única familia en su autoexilio interior en una ciudad que detesta.

En México centenas de personas han asistido a la inauguración de un edificio realizado por uno de los arquitectos especializados en Museos más destacado del mundo, David Chipperfield (restauración del Neues Musuem de Berlín, Museo Gotho de Tokio, del Figge en Iowa, entre otros), casi siete mil metros cuadrados en una excelente zona de la capital mexicana; de mármol, jardines y terrazas. Entre las líneas que han leído un poco más arriba y estas han transcurrido casi un siglo, ya no hay Chagall o Picasso en las paredes, ahora son Koons, Warhol, Hirst los que cuelgan en en esas salas lujosas y perfectamente climatizadas entre las que van a vivir sólos, entre excepcionales medidas de seguridad y conservación. Cornelius tenía cuadros en los armarios, sus favoritos en el dormitorio y en la salita donde pasaba casi todo el día. En el caso de México asistimos a un evento público, en el que se reúne la sociedad artística, que en general mantiene una relación fría y profesional con el arte, aunque obviamente también hay quien colecciona y vive con algunas piezas, pero son siempre obras que están donde están por su carácter patrimonial y por su aspecto decorativo. Para Cornelius estos cuadros, no ya el arte en abstracto, sino estos cuadros, sus cuadros, no tenían un valor económico cuantificable, ni era una cuestión de decoración tenerlos colgados, eran parte físicamente de su propia vida. Ahora que le han quitado sus cuadros (que muy posiblemente le deberán devolver ya que no parece fácil demostrar que eran robados por su padre y no aparecen dueños probados) su vida se ha resquebrajado, de repente más de treinta personas entraron en su casa, donde posiblemente no había entrado tanta gente sumando las visitas de muchos años. El edificio Jumex representa en estas vidas paralelas la colección grandiosa, en evolución, con cientos de piezas, obras de arte que no tienen quien las quiera y quien las acaricie con su mirada cada día, quien les desee buenas noches, simplemente, como niños ricos, viven alejados del calor de una familia, cuidados por profesionales que se preocupan por su salud y bienestar, pero sin amor, sin esa cercanía de Cornelius, sin esa relación de dependencia, vamos, sin ninguna relación. Claro que Cornelius, ya lo lleva en el nombre, es un tipo raro, un enfermo asocial, y la colección Jumex y cualquier otra gran colección son demostraciones de poder y de riqueza, los dos valores más admirados de la sociedad actual. A mí lo que me gustaría saber es que sintieron las bañistas, la pianista, las figuras que vivían con Cornelius, desde sus fragmentos de lienzo y pintura, desde el tiempo eterno del arte, cuando vieron que la policía los apartaba de Cornelius, tal vez para ellos era un secuestrador, tal vez su familia. Tal vez los cuadros de Damian Hirst o Jeff Koons, hijos de otra época y de otra forma de entender el arte, sientan un poco de envidia por el amor del que han disfrutado durante tantos años los cuadros de Cornelius.

viernes, 22 de noviembre de 2013

martes, 19 de noviembre de 2013

sábado, 16 de noviembre de 2013

Coleccionismo de arte en España: historia de un desastre - Ángeles García

Si damos por bueno el principio de que el nivel del coleccionismo de arte está vinculado al desarrollo cultural, político y social de un país, no hay por donde coger a España. Apenas existe, no importa  y solo se perciben señales hostiles desde los poderes públicos (IVA del 21%,  ausencia de Ley del mecenazgo) hacia aquellos que contra viento y marea persisten en su amor por el arte.
Ya el pasado año, la Fundación Arte y Mecenazgo que impulsa la Caixa dio a conocer un informe en el que se alertaba sobre la contracción de un mercado raquítico en relación con Europa y Estados Unidos. Clare McAndrew, fundadora y directora general de Arts Economist, denunciaba que, ateniéndonos al número de operaciones y precios muy inferiores a la media de otros países, el español era uno de los mercados más raquíticos de Europa. La experta añadió que entre 2007 y 2011 el sector había caido un 33%. Un año después de conocer aquellos desalentadores datos, se vuelve a demostrar que todo es susceptible de empeorar y el descenso del negocio, se estima en un 62% , según el último informe de Artprice.
Pero ¿qué es lo que ha ocurrido para que un país que fue la envidia de Europa por las colecciones auspiciadas desde la monarquía, la nobleza e incluso la iglesia se haya convertido en un paria? La historiadora María Dolores Jiménez-Blanco ha investigado las causas en un aleccionador informe presentado el pasado jueves. Es el segundo cuaderno de Arte y Mecenazgo y en sus 154 páginas se hace una detallada aproximación a las razones del desastre.
Remontándose al siglo de Oro, Jiménez-Blanco recuerda que durante el reinado de Felipe IV se produjo en la Corte madrileña uno de los momentos más brillantes del coleccionismo, no solo español, sino también europeo. Lo que se adquiría era arte internacional contemporáneo de la época. Fue un momento álgido que empezó a desmoronarse durante el paso del siglo XVIII al XIX. Con Fernando VII, la relación de la Corte con el coleccionismo de arte se modifica sustancialmente y pese a la fundación del Museo del Prado en 1819,se produce un quiebro del mecenazgo regio hacia el arte y un desinterés absoluto por el patrimonio artístico heredado.
Esa enfermiza displicencia por el arte sigue viva hoy en los estamentos oficiales. María Dolores Jiménez-Blanco cita a Javier Portús, conservador del Prado, quien suele recordar que un coleccionismo fuerte responde a un país fuerte. Y que España, cuando fue poderosa acumuló un patrimonio formidable. Cuando España dejó de ser importante, se desentendió de su patrimonio.
En el trabajo de la historiadora, se afirma que la sequía se agudiza y extiende hasta la Transición. Un coleccionismo cauto, silencioso y semiclandestino, se fue desarrollando en una posguerra en la que el arte contemporáneo no daba relumbrón precisamente. La inexistencia de museos da una idea del aislamiento cultural. Hubo que esperar hasta finales de la década de los sesenta para conocer los primeros destellos de arte internacional. Fue gracias a Fernando Zóbel y a Juan March.
Pero el intento más real de resucitar el arte contemporáneo y el coleccionismo llega con el gobierno socialista de Felipe González y con Javier Solana como ministro de Cultura, un hombre que entiende la importancia del arte para crear una auténtica marca España y como la mejor manera de introducir la cultura en un país olvidado del mundo. Con Carmen Giménez como responsable de exposiciones, se crea el embrión del futuro Reina Sofía y en España se ven por primera vez obras de los artistas más importantes del mundo y colecciones extranjeras que aquí eran inimaginables.
Jiménez-Blanco pone como ejemplo una exposición que marcó un hito en el coleccionismo español. Fue en 1988 en el Reina Sofía, donde se exhibió parte de la colección de el conde milanés Giuseppe Panza di Biumo. Eran 57 piezas de arte mínimal realizadas por Carl André, Dan Flavin o Donald Judd. poco se sabía de esos artistas, pero aún menos conocíamos a coleccionistas que hubieran dedicado toda una vida a apostar por el arte contemporáneo.
Vendría luego el Thyssen, Arco, y la creación de numerosas colecciones públicas y privadas que cambiaron el color del panorama artístico español.
El crecimiento fue espectacular e incontrolado, porque no solamente en el gobierno central se dieron cuenta del beneficio inmediato que el arte aportaba para la imagen del país. Las 17 comunidades autónomas se sumaron a un carro en el que no siempre predominó el sentido común y los gastos crecieron paralelos a la burbuja inmobiliaria que empezaba a contaminar el desarrollo español.
La crisis aguó la fiesta y los cuatro últimos años el decrecimiento amenaza con aniquilar lo poco conseguido en los tiempos de Solana. La mayor parte de los nuevos coleccionistas eran profesionales de la clase media. Médicos, abogados, ingenieros, arquitectos... cuya disponibilidad económica es escasa ahora. Pero las trabas y el frenazo no son solo por falta de liquidez. El informe de Arte y Mecenazgo concluye pidiendo un esfuerzo en educación y sensibilidad social. Y, por supuesto, que se acabe con una presión fiscal claramente enemiga y una Ley del mecenazo sin la cual el resurgir se contempla como imposible.

El quiste - Collage


jueves, 14 de noviembre de 2013

viernes, 8 de noviembre de 2013