sábado, 26 de octubre de 2013

Jorge Barbi - Artista

DIFERENTES ACCESOS A UN MISMO SITIO
Todos los interesados en la creatividad, vengamos de donde vengamos, llegamos
a un espacio común que se manifiesta sólo cuando la obra está acabada. Antes
de eso, el autor hace un recorrido personal donde las experiencias acumuladas,
incluso las sedimentadas por las preocupaciones ajenas a lo propiamente
artístico, dan forma a ese trabajo. El único modo preciso de entender o
interpretar lo que está formalizado sería recorrer el proceso que le ha dado
origen.
Un proyecto, realizado un año antes para un espacio concreto de un Centro de
Arte, se remuneraba con una cuidada publicación individual que, en mi caso,
abarcaba una amplia revisión de mi trabajo. Tras los consiguientes meses de
preparación, después de recopilar las imágenes, escribir los textos y maquetar la
publicación, el libro llegó a la imprenta. Prácticamente cuando el dedo del
impresor se dirigía al botón de la rotativa, alguien dio la orden de parar la
máquina. El responsable de la institución había sido destituido y se paralizaron
todos sus anteriores compromisos. Más tarde, la nueva dirección me notificó que
mi libro no se publicaría.
Además de estar al margen de cualquier ética profesional, este comportamiento
implica también que desde las instituciones artísticas se puede manifestar la
misma desconsideración hacia el trabajo del creador -y lo que es más grave,
hacia su tiempo- que desde ámbitos ajenos a esta práctica: el artista es un ente
etéreo, vive fuera de la realidad, no come, es prescindible. Por eso, la pretensión
de que todos pisamos el mismo espacio sólo por cruzarnos es exagerada, y de
que el camino que recorremos alrededor del arte es el mismo, inexacta.

viernes, 25 de octubre de 2013

domingo, 20 de octubre de 2013

Andréi Tarkovski, de su memoria de trabajo Esculpir en el tiempo.

"La fórmula del <<esto no lo entiende el pueblo>> siempre me ha indignado profundamente. ¿Qué se quiere conseguir con ello? ¿Quién se toma el derecho de hablar en nombre del pueblo, de verse a sí mismo como la encarnación de la mayoría del pueblo? (...) Si uno realmente aprecia a su público, está plenamente convencido de que al menos es tan inteligente como uno mismo. Ahora bien, para poder hablar con otro, al menos hay que dominar un idioma común, comprensible a los dos interlocutores. Goethe dijo en cierta ocasión que a uno sólo le dan respuestas inteligentes cuando ha hecho una pregunta inteligente. Sólo se llega a un diálogo verdadero entre el artista y su público cuando las dos partes se mueven al mismo nivel de comprensión. O al menos tienen que conocer a la perfección los objetivos que el artista se plantea en su obra".

sábado, 19 de octubre de 2013

viernes, 11 de octubre de 2013

jueves, 10 de octubre de 2013

martes, 8 de octubre de 2013

Por qué no les gusta la cultura a los jóvenes - Rosa Olivares

 

Cada vez que entro en un museo me encuentro con una visita guiada de algún colegio que, más o menos dirigida por su profesor, pasea delante de los cuadros y obras de arte en general, con más bien poco interés. Lo primero que me viene a la cabeza en esos momentos es que no sólo molestan a los visitantes a los que realmente les interesa el arte sino que nunca le van a pillar el gusto a eso del arte y de los museos si tienen que ir obligados. Lo segundo que pienso es que el profesor, o la profesora, es simplemente una víctima que va tan obligada como sus alumnos.
Los chicos y chicas tontean entre ellos, se escabullen en cuanto pueden y consultan los teléfonos para ver si tienen un mensaje, hablan en voz bajita y ni miran las obras ni escuchan los comentarios del pobre profesor. Para ellos es solamente un día en el que no hay clase, les “sacan” de paseo. Raramente van a tener mayor beneficio. Lo mismo se puede decir de cuando “son llevados” a una obra de teatro o un concierto que, por lo menos y con buen criterio, se organiza sólo para jóvenes de diferentes colegios. Simplemente días libres de la rutina escolar, les da igual ir a El Prado que al Teatro Real, que al Museo del Ferrocarril. Lo mismo Schubert que Mozart que cualquier viejo de esos que no conocían el sintetizador. Nunca he entendido ese afán por sacarlos del colegio y obligarles a ir al museo (o al teatro, o al auditorio…) cuando no se les enseña a leer ni a escribir, quiero decir a contar algo a través de la escritura ni a entender lo que una serie de letras y palabras juntas significan. Ni que decir de que no tienen ni idea de nada que tenga que ver con cualquier música anterior a Los Ramones (y eso si sus padres fueron jóvenes alguna vez) o con un arte que no se pueda fijar en las paredes de la calle. Ni Velázquez, ni Goya, ni Manet, ni Picasso, ni Rothko, ni nadie. Ni historia, ni arte, ni literatura, nada de cultura no sea que les dé por pensar.
Cuando pasan los años y estos jóvenes u otros entran en un museo una mañana de domingo (día que es gratis en casi todo el mundo) con sus amigos, novia o incipiente familia, les vemos deambular perdidos por las salas, haciéndose fotos junto a las piezas, sin leer ni un solo cartel explicativo. El misterio es por qué han ido, el misterio es entender esas colas que se amontonaban en respetuosa fila delante de cada cuadro y dibujo de Remedios Varo la otra mañana en el Museo de Arte Moderno de México D.F. Tal vez sea inevitable, tal vez nuestras vidas forzosamente van a parar a un museo, tal vez a un concierto (si son gratis y en la calle, seguro). Pienso siempre en que esta situación se podría solucionar con un poco de inteligencia, con algo de interés por parte de los educadores, del sistema. Algo, al parecer, imposible.
Si no se les obligase de jóvenes tal vez no vieran la cultura como una obligación penosa. Si se reafirmase el papel de artistas y creadores, tal vez, respetarían y admirarían su trabajo, su actitud. Si supieran algo de la historia del arte, de la literatura… si se les animara a leer. Leer, ese es el núcleo. Es en los libros donde está la puerta de la imaginación, la entrada al mundo de libertad, a un lugar, a cualquier lugar mágico y maravilloso, es allí donde crece la curiosidad, y también, claro, donde se cultiva la libertad. Hace poco leía un estudio que culpaba al tipo de lectura obligatoria en los colegios de la creciente falta de interés y comprensión de los niños, de su dificultad y rechazo para leer. La causa sin duda era que “esos libros” no les gustan ni les interesan, por eso ni leen ni se esfuerzan por lo que cuentan. Si les dejaran más libertad para leer esos libros que los padres y enseñantes consideran peligrosos pero que son tan divertidos…. (y se hablaba de Roald Dhal, de Mark Twain…).
Si les dejáramos más libertad a los jóvenes, si confiáramos en que nuestro ejemplo o el entorno les orientaran hacia miles de libros, de artistas, de músicos fabulosos que en la historia han sido y son, tal vez entonces…. Pero eso sólo sucede en los libros. Por eso mientras haya un día gratis para acercarse al arte será no sólo insuficiente sino absurdo, absurdo que la entrada sea más reducida para jóvenes (no quieren ir ni gratis). Por obligación no queremos ni tomar la medicina que nos cura. Sólo tendríamos que recordar nuestra infancia y juventud, sólo tendríamos que pensar en el terrible futuro de analfabetos que estamos creando, de gente que no podrá nunca ser feliz ni por un soplo de tiempo, pues sin cultura no existe la felicidad.