domingo, 11 de diciembre de 2011

¿Arte o mercado?

A la vista de los resultados hasta la fecha de los distintos sistemas de organización política y económica del mundo, está claro que la democracia, junto con el sistema liberal de mercado, ha sido el más eficiente. Salvo contadas excepciones, los países que han garantizado la propiedad privada, se han abierto al comercio exterior y han instaurado la libertad de pensamiento y de comercio han logrado desarrollarse y prosperar.

La posibilidad de lucrarse estimula a las personas a ser emprendedoras, a trabajar y a invertir. La base del sistema del mercado es la libertad del individuo para ofertar y demandar. El intercambio es la esencia del libre comercio, y su lenguaje, el dinero.

En los países desarrollados, el mercado lo ha invadido todo, incluso el arte. Atrás han quedado los años en que los reyes, papas o mecenas lo financiaban. Hoy, la cultura sólo halla financiación en dos espacios: la Administración o el mercado. Ante tal dicotomía surgen voces a favor de una u otra opción.

La cultura debe ser subvencionada. Los que así piensan aducen que los mercados no tienen piedad y los rige el lucro. Sólo si una cierta forma de arte es rentable recibirá apoyo del capital. No hay espacio para un arte que, a pesar de tener un alto valor intelectual, tenga pocos seguidores. Ésta es sólo una parte del problema, porque, además, no todos los mercados son iguales. Pero los medios de comunicación anulan las diferencias, hacen uniformes los estilos de vida, los gustos, los valores y los parámetros estéticos. Se ha llegado así en este último siglo a una especie de ultrademocratización de la estética.

Las industrias musical y literaria, la pintura o la arquitectura adivinan lo que el mercado va a acoger. A partir de ahí lo ejecutan, lo comunican y lo establecen. El público lo absorbe, realimentando una rueda que provoca un efecto bola de nieve que concede cada vez más poder a la industria y, por ende, al capital.

Pero no todo acaba ahí. El capital rentabilizará el arte en caso de que los demandantes entiendan y aprecien lo que compran. De alguna forma, citando a Valle-Inclán, “incluso en la democracia hay diferencias técnicas, señora portera…”. Así, unos votos valdrán más que otros si su nivel cultural y educativo es más elevado. Cuenta igual el voto de la portera que el del intelectual, claro que sí, pero el nivel intelectual de ambos no es el mismo. Eso también está claro.

Ante esta clase media creciente y cada vez más estandarizada en sus preferencias, el mercado olvida los extremos y la diversidad, se concentra en lo medio y en lo mediocre: en el arte comercial. Recuerden la primera edición de Operación Triunfo. Varios cantautores expusieron su preocupación por el cariz que el arte comercial estaba tomando. Si no se apoya o se ayuda al artista que desoye las voces del mercado para escuchar la verdadera voz de su inspiración, este artista desaparecerá. Ya se sabe. Igual que el mercado olvida a los indigentes, los artistas marginales también morirán de hambre. Por tanto, los fondos públicos deben financiar el arte. O eso, o será el final del arte verdadero.

Vamos ahora con la tesis contraria:

El arte no debe financiarse con dinero de los ciudadanos. Los argumentos que aquí se esgrimen son los propios del liberalismo económico. ¿Por qué no se da libertad a los individuos para decidir qué les gusta y qué no? ¿Por qué un consejo de sabios debe decidir la cultura que debe financiarse con impuestos? Parece que entremos en un patriarcalismo que considera que los ciudadanos no pueden discernir qué es artístico y qué no. “Dennos su dinero, y nosotros, los gobernantes, lo utilizaremos para financiar el arte que ustedes nunca pagarían porque no sabrían apreciar”.

E incluso aceptando lo anterior… ¿qué artista es al que hay que financiar? ¿Qué iluminado está en posesión de esa verdad? Ahí entrarán los intereses políticos o las preferencias o inclinaciones personales, los amiguismos… La forma de ventilar estos problemas es que cada uno se pague la cultura que desea de su propio bolsillo. Dicen: las personas son libres, y nada ni nadie tiene por qué utilizar su dinero para algo que no sean bienes de uso público, defensa, seguridad, salud y educación pública, o beneficencia.

El siguiente argumento es contundente: en el pasado también había arte que no tenía valor. Sólo el arte de valor sobrevive. También en la época de Mozart o de Bach había infinidad de compositores comerciales que han sido olvidados. Y no vale eso de que también los artistas del pasado estaban subvencionados por los nobles, papas o monarcas, porque si agrupáramos a todos los pintores, músicos o escultores de la historia a los que más valor se les otorga, hoy veríamos que son mayoría los que estaban fuera del circuito.

Por otro lado, en todas las épocas el artista ha podido hacer arte comercial si lo deseaba o necesitaba. Muchos músicos componían piezas por encargo para celebraciones rigiéndose por los cánones del momento y renunciando de forma parcial a sus propios gustos. Al final, una decisión del artista es crear según sus parámetros, según las exigencias del público, o buscar un equilibrio en un punto intermedio entre ambos. Un amigo, músico profesional, profesor en la Escuela Superior de Música de Catalunya, me dijo en cierta ocasión que las composiciones que han hecho avanzar la concepción armónica de su momento son casi siempre piezas tristes o melancólicas. En el dolor está el arte. Es el artista el que debe decidir si quiere sufrir o no. Nadie le exige que escriba, componga o proyecte creaciones que nadie vaya a comprender y valorar hasta al cabo de muchos años por haberse adelantado a su tiempo.
El tercer factor

En mi opinión, este debate pierde bastante intensidad en los países en que el nivel educativo de la población es elevado. Dicho de otra forma: el problema no es el mercado frente a la subvención, sino la educación y la cultura frente a la degradación del individuo. En la medida en que la gente adquiere sensibilidad, en que se divulga el arte, en que aumenta el número de personas que leen tanto novelas como libros de autoayuda, que aprecian el sonido de un violín tanto como de una guitarra eléctrica… los mercados adquieren también nivel. Y no sólo eso. También la diversidad se extiende y aparecen oportunidades para todos.

Así es: lo comercial y lo artístico se fundirían bajo una demanda culturizada. De arte o mercado se pasaría a arte y mercado. Los programas de televisión basura dejarían de concentrar audiencia, los que ventilan intimidades de algunos dejarían de encontrar anunciantes, las películas de violencia pura y dura no hallarían salida, y la música sin alma dejaría de encontrar oídos. Mientras, el debate sigue.

Fernando Trías de Bes es profesor de Esade, conferenciante y escritor.

martes, 29 de noviembre de 2011

La bitácora de Arístides

Ha sido una constante en los artistas el tratar de explicar su obra. De esta manera, los modernos de la primera mitad del siglo XX, si querían significar algo dentro de su complejo mundo, debían recurrir a agruparse en un movimiento que rompiese con al arte anterior. Tenían por costumbre publicar un manifiesto que diera cuerpo teórico a su obra, e incluso editaban revistas en las cuales daban razón de su hacer.

En la actualidad, quien desea ver su obra aupada a los altares de las ventas debe usar de los medios de masas, que bien por vía oral o escrita, magnifiquen su trabajo y publiciten a gran escala su labor, buscando el “glamour” del instante y el homenaje de los grandes medios de comunicación. Poco importa lo que hacen los demás y las declaraciones de intenciones sobre el objeto de las obras, ante una visión totalitaria del mercado que conduce hacia el conformismo.

El arte contemporáneo adolece de espíritu crítico y sustituye el compromiso por una frivolidad intelectual carente de una praxis transformadora de la realidad; mas al contrario, tiende a confirmar la complacencia con el sistema y el orden de las cosas. Con ello se ha producido un academicismo de las vanguardias donde prima la estética.

En el arte actual no hay nada bueno ni malo en función de una justificación ideológica previa. Desde esta óptica todo es válido y todo lo que se haga puede ser considerado como arte, de manera especial, si goza del favor del gran público o de la burguesía del coleccionista. Hasta el punto de que no se busca que la obra perdure, puesto que pronto habrá de ser sustituida por otra.

domingo, 27 de noviembre de 2011

Código Deontológico. Instituto de Arte Contemporáneo







Con la cabeza gacha - Andrés Trapiello

Desde hace un tiempo una de las conversaciones recurrentes entre escritores,
cinetistas y músicos, cuando se reúnen, es internet, el modo en que se difundirán sus
obras y si podrán o no seguir viviendo de su trabajo. Por lo general son pesimistas,
creen que si no se pone coto a la piratería no podrán hacerlo o que lo harán peor. No
es fácil explicar a quien ha estado descargando gratis películas, canciones y libros,
que deberá dejar de hacerlo o pagar por ello. Algunos de los piratas han llegado a
proclamar que prohibirles robar es privatizar la cultura.
Hasta que apareció internet nadie había puesto en tela de juicio los derechos de autor,
por eso no se explica uno por qué habrían de ser diferentes las leyes ahora, cuando
las obras siguen siendo las mismas. No hay dos realidades, una analógica y otra
digital, por lo mismo que la ley es la misma para todos. Lo más llamativo de los que
piden la gratuidad de las descargas de internet es, dicho con toda suavidad, su
oportunismo. Pagan sin rechistar las tarifas de conexión a las compañías telefónicas,
los recibos de la luz y a los fabricantes de ordenadores, pero exigen que los
contenidos sean gratuitos. Muchos autores estarían dispuestos a dejar que
descargaran gratis sus obras si vieran que Telefónica no les cobraba la conexión ni las
compañías eléctricas los recibos y que en la tienda les regalaban el ordenador, incluso
si los piratas pusieran a su disposición sus libretas de ahorros y, por qué no, el lado
caliente de sus camas. Es decir, les parece importante lo que menos lo es, el tubo, y
desprecian el contenido. Por lo demás la figura de Robin Hood, robando a los ricos
para dárselo a los pobres, resulta muy atractiva, sobre todo para los jóvenes, aunque
poco rigurosa: no suelen pararse a pensar que a menudo roban a gentes más pobres
que ellos, y cuánto resentimiento larvado, decía Nieztche, tras la intransigente moralidad
de ciertas actitudes: algunos, humillados por su propia esterilidad e insignificancia
solo quieren hacer sentir su fuerza y su poder, o ambas cosas, como quien
muerde una manzana no por hambre, sino para tirarla a continuación con el único
propósito de mostrar su desprecio, el desprecio de las masas. Por no mencionar a
aquellos a los que sus portales de descargas ilegales les han hecho millonarios.
El gobierno, en vista de que no resulta fácil técnicamente perseguir y detener ni a los
ladrones organizados ni a los descuideros eventuales, los ha alentado por razones
astutas: quieren sus votos. Privatizar la cultura es un asunto interesante, qué duda
cabe. Podemos empezar por las casas de Venecia, ¿quién no ha querido pasar una
temporadita frente a San Giorgio? Ahora, pretender nacionalizar el talento (ya saben:
todo es de todos, menos de los autores) es francamente una genialidad, difícil de
superar. ¿Y qué interés tienen los políticos en que se saquee a los autores? A estos
les ha costado siglos arrancar su independencia a duques, señoritos “y demás ralea”,
y lo lograron de la única manera posible: con su dinero, ganado honrada y libremente.
Estos días, muchos de ellos, cuando se reúnen, hablan de internet y se muestran
apesarados. A otros, en cambio, les satisface la idea de volver a tenerlos como
jornaleros en la plaza pública, con la cabeza gacha.

sábado, 26 de noviembre de 2011

Serendipia - Alejandra Acosta

Quietud

Quietud
22x22cm - Técnica mixta y objeto sobre madera y tela
2011
Autor: Leguey

Elena Vozmediano

Y tú que lo veas
por Elena Vozmediano
Cultura partidista




El pasado fin de semana se difundió entre los medios de comunicación que el Ministerio de Cultura ha concedido a las 12 fundaciones vinculadas a los partidos políticos un total de 5 millones de euros. De ellos, un 80% corresponden a las fundaciones del PP y del PSOE: la Fundación FAES (Fundación para el análisis y los estudios sociales), presidida por el anterior presidente del Gobierno José María Aznar, recibe 2.072.549,55 euros, y la Fundación Ideas para el Progreso, presidida por el actual, José Luis Rodríguez Zapatero, 1.961.101,83 euros. Al lote de los socialistas hay que sumar los 345.238,17 euros que cobrará la Fundación Rafael Campalans, del Partido Socialista de Cataluña. Bien podrían los partidos, que reciben generosas cantidades a cargo del los presupuestos generales del Estado para su funcionamiento (en 2011, 34,5 millones para el PP y 32,6 millones para el PSOE) financiar con esos fondos sus fundaciones, que están básicamente encaminadas a su fortalecimiento ideológico. La Fundación FAES tiene como ámbitos de actuación:

- Pensamiento Político
- España. Constitución. Estado de Derecho
- Internacional
- Lucha Contra el Terrorismo
- Economía
- Políticas Públicas

Por su parte, la Fundación Ideas, “tiene como objetivo prioritario aportar nuevas ideas progresistas al debate político y social en un mundo en cambio permanente. Su misión consiste en señalar retos y oportunidades, prevenir problemas y aportar posibles soluciones que los resuelvan, soluciones novedosas e imaginativas, pero también rigurosas desde un punto de vista científico y políticamente aplicables”.

¿Qué hay de “cultural” en todo esto?

Es evidente que estas ayudas las otorga el Gobierno como consecuencia de un pacto político. Le corresponde al Ministerio de Cultura adjudicarlas porque en su organigrama hay una Subdirección General de Promoción de Industrias Culturales y de Fundaciones y Mecenazgo, de la que depende el Protectorado de Fundaciones, el registro de éstas y su control económico. No creo que ni a la ministra ni al director general de Industrias Culturales les haga felices este pellizco a su presupuesto, pero no hay contestación posible.

La situación económica, no me canso de repetirlo, de muchas instituciones y muchos proyectos culturales en toda España es gravísima. Los recortes están siendo salvajes y se espera lo peor para el año que viene. Que en este contexto los partidos se regalen 5 millones a sí mismos, desde el Ministerio de Cultura, es incalificable.

En el año 2011, el Ministerio ha publicado una única convocatoria para las fundaciones del sector cultural: las ayudas de acción y promoción cultural de la Dirección General de Industrias Culturales, que se dirigen también a empresas culturales y asociaciones. El presupuesto total de estas ayudas ha sido de 3.320.000 euros. He consultado el BOE (ver abajo la referencia) para contar y sumar: de ese presupuesto, se han repartido 971.000 euros entre 59 fundaciones. Entre ellas están la Fundación Antoni Tàpies, Fotocolectania, la Fundación Alejandro de la Sota, la Fundación Antonio Gades, la Fundación Francisco Giner de los Ríos, la Fundación LABoral, la Fundación Temas de Arte, la Fundación Universitaria de Navarra... las ayudas suelen estar entre los 12.000 y los 20.000 euros y van ligadas a un proyecto concreto, no como en el caso de las fundaciones de los partidos, que pueden dedicarlas a su "funcionamiento". Además, no podrán recibir la ayuda en más de tres convocatorias consecutivas, limitación que no se pone a los partidos. Y miren lo que encontramos: en la lista de entidades culturales favorecidas por estas ayudas de acción y promoción cultural está la Fundación Ideas para el Progreso, que obtiene 12.000 euros para el proyecto "Observatorio cultural de los españoles en el mundo". Parece que no tienen bastante con la asignación anual y tienen que competir con las fundaciones no políticas para arañar unos miles de euros más. A unas veinte fundaciones que presentaron proyectos para recibir ayudas no les concedieron absolutamente nada.

El Ministerio, a través de la Dirección General de Bellas Artes y Bienes Culturales, convoca además las ayudas para la promoción del arte contemporáneo español. O las convocaba, porque este año no han encontrado tiempo para prepararlas. En las del año pasado, sólo 160.000 euros estaban destinados a organizaciones sin ánimo de lucro y el reparto fue así: 58.000 euros entre 11 fundaciones. Salían a una media de 5.000 euros. No digo más.

Documentación:

Orden CUL/2365/2010, de 30 de agosto, por la que se conceden las ayudas para la promoción del arte contemporáneo español correspondientes al año 2010.

Orden CUL/2578/2011, de 20 de septiembre, por la que se conceden las ayudas de acción y promoción cultural correspondientes al año 2011.

Orden CUL/2848/2011, de 29 de septiembre, por la que se conceden subvenciones a fundaciones y asociaciones con dependencia orgánica de partidos político.

sábado, 1 de octubre de 2011

Pasa el tiempo- Rosa Olivares




Christian Boltanski. Menschlich, 1994; Les Suisses morts, 1990. Vista de la exposición en el Kunstmuseum Lichtenstein, 2009




Pasa el tiempo, pasan las personas, y aquellas que fueron protagonistas desaparecen para situarse primero en un segundo plano y, finalmente, detrás del escenario. Algunos regresan en persona en ese trampantojo que son los homenajes, pero la realidad es que se fueron. El arte tiene en el paso del tiempo uno de sus temas recurrentes y más perentorios. Deprime y asusta cuando como estudiante analizas todas esas vanitas, todas esas jóvenes bellezas que al asomarse al espejo ven reflejada su imagen de ancianas decrépitas. Símbolos de lo efímero, del inexorable paso del tiempo y de la transformación de la vida. No es, finalmente, de la muerte de lo que se habla cuando se habla del tiempo, sino de la transformación de las situaciones vitales, de cómo todo lo que se tiene se pierde: la belleza, la riqueza, el poder, el gozo... Todo es vano capital, como apuntaba el poeta llorando la muerte del padre.

En estas últimas semanas han ido desapareciendo artistas famosos y otros que lo fueron y ya han sido olvidados, como lo serán la mayoría en algún momento. Incluso los que hoy llenan páginas en revistas y catálogos, flor de papel de un día, de un mes, de un año de duración. Sorprende cómo las nuevas generaciones no sólo han olvidado, sino que nunca conocieron a aquellos que fueron esenciales en algún momento no lejano. Pocos son los que pueden dar en orden la lista de directores del Reina Sofía, aun siendo sólo unos cuantos, ni la de los artistas que han representado a España en las sucesivas bienales de Venecia, y para qué hablar de sus correspondientes comisarios, y eso que ni todas juntas llegan a ser lo mismo que la lista de los reyes godos o de los afluentes del Guadalquivir por la derecha y por la izquierda, listas que memorizábamos y recordábamos durante años. Pero no se trata de un problema en el sistema de aprendizaje, sino de la velocidad que la vida actual nos impone: después de ese éxito, de ese poder que debemos conseguir rápido, viene el olvido, veloz e inevitable.
¿Para qué esas luchas por el poder que vemos continuamente? ¿A dónde va ese afán de protagonismo voraz? No olvidemos que sólo tenemos derecho a 15 minutos de fama, y después, el olvido. Y muchos no llegan ni a cinco minutos. Si la aceptación nunca es unánime, el olvido es absolutamente general, que nadie se engañe. Quedan los hechos, no las personas; quedan los trabajos bien hechos, los logros, los experimentos, los avances, las ideas... Y eso debería ser suficiente. Que nos sobrevivan nuestros libros, y que la memoria que dejemos esté firmemente relacionada con el conocimiento, con la creación, arraigada en el trabajo de aquellos que pueden olvidar nuestro nombre pero nunca lo que hicimos. Como esos edificios maravillosos en los que entramos admirados sin saber quién los diseñó. En arte sólo los grandes nombres perduran emparejados a sus grandes obras, pero muchos que hoy se construyen a sí mismos como si fueran catedrales o pirámides, por más que urdan estrategias y fundan en pesado bronce sus mediocres trabajos, no quedarán más que en 15 minutos. Porque de ese tipo de artistas, de personas, hay siempre tantos que hacen cola a la puerta de la fama y del éxito. Engañándose, pues esa puerta es la de servicio, no la principal.

sábado, 24 de septiembre de 2011

Lao Tse

"Saberlo todo y creer que no sabemos nada, esta es la verdadera sabiduría. No saber nada y creer que lo sabemos todo, este es el mal común de los humanos. Considerar este mal como un mal, preserva de él. El sabio está exento de fatuidad, porque teme la fatuidad. Este temor lo preserva de ella."

La estrategia


La estrategia
16x24cm-collage
2011
Autor: Leguey

jueves, 22 de septiembre de 2011

El muro


El muro
20x13 cm-collage y técnica mixta
2011
Autor: Leguey

Lo inadecuado-José Alberto López

Lo inadecuado es el título del proyecto presentado por Dora García en el Pabellón de España de los Giardini, en la Biennale di Venezia. El título de la obra es, en buena medida, la obra en sí. Traducida también al inglés y al italiano, la frase se despliega sobre el suelo del pabellón, vacío, por lo demás, de otros objetos o estímulos visuales. Dora García ha elegido realizar una obra incorpórea que adquiere sentido con la intervención de ochenta performers preestablecidos y otros espontáneos que pueden sumarse también a la faceta web del proyecto. Se trata, así, de una propuesta performática, cuya consumación, cuya completitud, se alcanzará solo cuando se culmine el proceso que debe desarrollarse durante los cinco meses que dura la Biennale. Es decir, que habrá que esperar a que el evento se clausure para poder sacar algo en claro de este proyecto, pues solo entonces se habrá completado. Esta "obra", con su carácter irritantemente procesual e inmaterial y con un título que irónicamente parece calificar su propia inoportunidad, ha generado una desfavorable opinión entre el público, experto o lego, que ha visitado el Pabellón de España.
Es cierto que en el arte contemporáneo ya no nos asombra nada y estamos muy acostumbrados al proceso y la inmaterialidad, pero en este caso Dora Garía ha confundido el contexto de la Biennale con el de uno de los tantos "talleres" que suelen acoger los centros de arte contemporáneo. Para poner un ejemplo relativo a otro género artístico contemporáneo, lo que la artista nos propone es presenciar algo equivalente a lo que sería asistir al proceso de concepción, planeamiento, producción y montaje de una instalación, sin llegar a disfrutar de la instalación misma, porque después de cinco meses, ¿a quién le importará ya el resultado del proyecto de Dora García para la Biennale?
Pero en el caso de la participación española en la Biennale, la obra de García no ha sido lo único inadecuado. Ya citamos en nuestro número anterior lo inoportuno de la participación catalano-balear, y ahora hemos de señalar la desmesura de la participación oficial española, que ha supuesto el gasto de una desorbitada suma para una obra tan intangible: 850.000 euros, dentro de los cuales no sabemos si se computa el viaje, totalmente fuera de lugar, de la Ministra de Cultura a Venecia con su séquito para inaugurar el Pabellón de España. No recordamos haber visto nunca antes a un ministro de cultura español inaugurando el pabellón en Venecia. Tampoco sabemos si el dinero gastado en la dispendiosa cena ofrecida por España para celebrar la ocasión formaba parte de ese presupuesto de 850.000, o si a esta suma hay que agregar todos esos gastos de representación que paradójicamente no se vieron nunca en los pasados años de bonanza.

sábado, 17 de septiembre de 2011

El muro


El muro
27x16cm-collage (sobre una obra de Fabian Marcaccio)
2011
Autor: Leguey

El fin de las ideas- Rosa Olivares

No sabemos a ciencia cierta por qué el arte actual, el de nuestros días, el que se está creando mientras escribo estas líneas, mientras ustedes las leen, no acaba de ser aceptado por la sociedad a la que va dirigido. Tal vez sea porque es ésta una sociedad escindida en dos grupos culturales bien diferenciados. Mientras unos son absolutamente modernos, volcados en la actualidad, en el pensamiento recién esbozado, conocedores de tendencias y corrientes, otros se agarran a lo ya visto, a lo supuestamente conocido. Nuevamente, dirán algunos, una “querella” cultural entre lo antiguo y lo moderno. Ojalá la lucha fuera así, ojalá existiera realmente ese diálogo entre opiniones diferentes. El problema es, precisamente, que no existe tal querella, ningún diálogo. Los dos están aislados en sus burbujas de acero blindado, unos despreciando a aquellos que no se saben todos los nombres de los artistas recién llegados al mercado de novedades, los otros satirizando, burlándose de los que seguramente por ignorancia, esnobismo o simple estupidez se creen que “eso” que se expone en los museos es arte.
Naturalmente entre estos dos bloques de ignorantes, igualmente perjudiciales, existe una extensa sociedad que desprecia por igual a los antiguos y a los modernos, con la única diferencia de que aquellos que defienden lo que ya es reconocido son respetados culturalmente, profesionalmente, y los que se dedican a desarrollar los nuevos pensamientos y sobre todo las nuevas formas estéticas son ridiculizados, menospreciados y no gozan del mínimo respeto profesional.
Siempre me ha interesado ese fenómeno por el cual cuando en un museo coinciden dos exposiciones una es alabada por la crítica con argumentos, textos y recomendaciones en toda la prensa especializada y en los suplementos de los diarios, mientras la otra no recibe esos juicios tan positivos por ser considerada excesivamente vulgar, anacrónica, simple, etc. Sin embargo, el público masivamente escoge aquella que la crítica seria y profesional no apoya. Por ejemplo, en estos días coinciden en el Museo Reina Sofía una exposición de Alberto García-Alix (artista hiper-expuesto, con antológicas cíclicas cada dos o tres años en espacios públicos), con la nunca expuesta obra en Madrid de Nancy Spero (imprescindible artista de los inicios del feminismo), la también vista por primera vez en un museo Zoe Leonard, y la del nunca oído ni imaginado artista lituano Deimantas Narkevicius. Bien, pues todos hemos coincidido en que la muestra del fotógrafo maldito más aclamado en vida de la historia no es en absoluto destacable, mientras que las otras tres, por diversas razones, son interesantes, importantes, dignas de verse, etc. Entonces, ¿por qué el público, de todo tipo, llena las interminables salas de García-Alix, al que tienen visto y revisto, mientras que ven con cierto sentido de obligación –o ni siquiera– y sin gran placer, las de los otros artistas, que posiblemente nunca han podido ver directamente? Algo parecido pasó cuando coincidieron en las mismas salas las obras de Antonio López y Gary Hill. Todos los lectores de esta revista seguramente ya tienen sus prejuicios formados al respecto, y seguramente les interesa más Hill que López, sin embargo, las colas se alargaban a las puertas de las salas del español profundo, mientras que las salas del americano estaban prácticamente vacías.
¿Qué pasa? Para mí la respuesta está en la falta de capacidad de los intelectuales y de los artistas actuales en compartir sus conocimientos, sus placeres, sus experiencias estéticas, con el resto de la sociedad. En el lenguaje, no ya simbólico del arte actual, sino en el vocabulario críptico de gran parte de los artistas, en el esfuerzo por escribir textos para nosotros mismos –y para nuestros pequeños y endogámicos círculos culturales– de los teóricos en general y de alguno en particular. No estoy hablando de divulgación. Efectivamente, soy consciente de que el arte de una época siempre ha sido poco o nada entendido por la sociedad que lo engendra. También soy totalmente consciente que la educación actual ha olvidado aquellos sectores más simbólicos de la cultura como la música y las expresiones visuales, que el arte actual no se estudia realmente ni en las universidades (salvo excepciones). Tampoco creo, y de hecho me he manifestado en contra sistemáticamente, que el museo deba adoptar esa función pedagógica basada puramente en la enseñanza y en la descripción informativa de la obra y de la historia del arte que es esencial como base de un posterior conocimiento.
Pero el problema también radica en nosotros mismos, en todos nosotros, que hacemos cada vez más cerrado el gueto en el que nos desenvolvemos, generalmente no siendo ni claros ni sinceros. Tal vez sea una costumbre que ya difícilmente podremos erradicar pero escribimos para releernos, y en el mejor de los casos, para los estudiantes a los que enseñamos y para otros pocos especialistas o eruditos. Algunos solamente para ellos mismos. Ese pequeño grupo de grandes intelectuales con cátedras de estética en las universidades, con columnas y secciones en los diarios, con novelas y ensayos incuestionables, que a pesar de ser reconocidos como escritores actuales, cuando escriben o hablan de arte -y les gusta mucho hacerlo, sobre todo en conferencias bien pagadas por instituciones culturales- lo hacen con supina ignorancia, con errores categóricos, inexactitudes, opiniones perversas y discursos demagógicos que provocan aún más desprecio entre los seguidores de las artes visuales de hoy.
El porqué de que un público amante de la música “culta” actual, lector infatigable de escritores vivos, amante del teatro y del cine, viajero incansable, no asista, no entienda ni disfrute del placer visual e intelectual que genera la creación plástica contemporánea es algo que no puedo alcanzar a comprender. Como tampoco puedo llegar a entender esa especie de sabotaje permanente a muchos de nuestros más valiosos intelectuales al arte de hoy. Es como si los rechazaran porque se sienten señalados como ignorantes buzones, como representantes de un establecimiento social y cultural caduco. No sé. Tal vez después de leer este nuevo EXIT Book se puedan entender mejor algunas de las crisis de la sociedad en la que vivimos. Hasta el verano, y que disfruten con las ideas, con el arte, con la vida, porque todo viene a ser una misma cosa.