sábado, 24 de septiembre de 2011

Lao Tse

"Saberlo todo y creer que no sabemos nada, esta es la verdadera sabiduría. No saber nada y creer que lo sabemos todo, este es el mal común de los humanos. Considerar este mal como un mal, preserva de él. El sabio está exento de fatuidad, porque teme la fatuidad. Este temor lo preserva de ella."

La estrategia


La estrategia
16x24cm-collage
2011
Autor: Leguey

jueves, 22 de septiembre de 2011

El muro


El muro
20x13 cm-collage y técnica mixta
2011
Autor: Leguey

Lo inadecuado-José Alberto López

Lo inadecuado es el título del proyecto presentado por Dora García en el Pabellón de España de los Giardini, en la Biennale di Venezia. El título de la obra es, en buena medida, la obra en sí. Traducida también al inglés y al italiano, la frase se despliega sobre el suelo del pabellón, vacío, por lo demás, de otros objetos o estímulos visuales. Dora García ha elegido realizar una obra incorpórea que adquiere sentido con la intervención de ochenta performers preestablecidos y otros espontáneos que pueden sumarse también a la faceta web del proyecto. Se trata, así, de una propuesta performática, cuya consumación, cuya completitud, se alcanzará solo cuando se culmine el proceso que debe desarrollarse durante los cinco meses que dura la Biennale. Es decir, que habrá que esperar a que el evento se clausure para poder sacar algo en claro de este proyecto, pues solo entonces se habrá completado. Esta "obra", con su carácter irritantemente procesual e inmaterial y con un título que irónicamente parece calificar su propia inoportunidad, ha generado una desfavorable opinión entre el público, experto o lego, que ha visitado el Pabellón de España.
Es cierto que en el arte contemporáneo ya no nos asombra nada y estamos muy acostumbrados al proceso y la inmaterialidad, pero en este caso Dora Garía ha confundido el contexto de la Biennale con el de uno de los tantos "talleres" que suelen acoger los centros de arte contemporáneo. Para poner un ejemplo relativo a otro género artístico contemporáneo, lo que la artista nos propone es presenciar algo equivalente a lo que sería asistir al proceso de concepción, planeamiento, producción y montaje de una instalación, sin llegar a disfrutar de la instalación misma, porque después de cinco meses, ¿a quién le importará ya el resultado del proyecto de Dora García para la Biennale?
Pero en el caso de la participación española en la Biennale, la obra de García no ha sido lo único inadecuado. Ya citamos en nuestro número anterior lo inoportuno de la participación catalano-balear, y ahora hemos de señalar la desmesura de la participación oficial española, que ha supuesto el gasto de una desorbitada suma para una obra tan intangible: 850.000 euros, dentro de los cuales no sabemos si se computa el viaje, totalmente fuera de lugar, de la Ministra de Cultura a Venecia con su séquito para inaugurar el Pabellón de España. No recordamos haber visto nunca antes a un ministro de cultura español inaugurando el pabellón en Venecia. Tampoco sabemos si el dinero gastado en la dispendiosa cena ofrecida por España para celebrar la ocasión formaba parte de ese presupuesto de 850.000, o si a esta suma hay que agregar todos esos gastos de representación que paradójicamente no se vieron nunca en los pasados años de bonanza.

sábado, 17 de septiembre de 2011

El muro


El muro
27x16cm-collage (sobre una obra de Fabian Marcaccio)
2011
Autor: Leguey

El fin de las ideas- Rosa Olivares

No sabemos a ciencia cierta por qué el arte actual, el de nuestros días, el que se está creando mientras escribo estas líneas, mientras ustedes las leen, no acaba de ser aceptado por la sociedad a la que va dirigido. Tal vez sea porque es ésta una sociedad escindida en dos grupos culturales bien diferenciados. Mientras unos son absolutamente modernos, volcados en la actualidad, en el pensamiento recién esbozado, conocedores de tendencias y corrientes, otros se agarran a lo ya visto, a lo supuestamente conocido. Nuevamente, dirán algunos, una “querella” cultural entre lo antiguo y lo moderno. Ojalá la lucha fuera así, ojalá existiera realmente ese diálogo entre opiniones diferentes. El problema es, precisamente, que no existe tal querella, ningún diálogo. Los dos están aislados en sus burbujas de acero blindado, unos despreciando a aquellos que no se saben todos los nombres de los artistas recién llegados al mercado de novedades, los otros satirizando, burlándose de los que seguramente por ignorancia, esnobismo o simple estupidez se creen que “eso” que se expone en los museos es arte.
Naturalmente entre estos dos bloques de ignorantes, igualmente perjudiciales, existe una extensa sociedad que desprecia por igual a los antiguos y a los modernos, con la única diferencia de que aquellos que defienden lo que ya es reconocido son respetados culturalmente, profesionalmente, y los que se dedican a desarrollar los nuevos pensamientos y sobre todo las nuevas formas estéticas son ridiculizados, menospreciados y no gozan del mínimo respeto profesional.
Siempre me ha interesado ese fenómeno por el cual cuando en un museo coinciden dos exposiciones una es alabada por la crítica con argumentos, textos y recomendaciones en toda la prensa especializada y en los suplementos de los diarios, mientras la otra no recibe esos juicios tan positivos por ser considerada excesivamente vulgar, anacrónica, simple, etc. Sin embargo, el público masivamente escoge aquella que la crítica seria y profesional no apoya. Por ejemplo, en estos días coinciden en el Museo Reina Sofía una exposición de Alberto García-Alix (artista hiper-expuesto, con antológicas cíclicas cada dos o tres años en espacios públicos), con la nunca expuesta obra en Madrid de Nancy Spero (imprescindible artista de los inicios del feminismo), la también vista por primera vez en un museo Zoe Leonard, y la del nunca oído ni imaginado artista lituano Deimantas Narkevicius. Bien, pues todos hemos coincidido en que la muestra del fotógrafo maldito más aclamado en vida de la historia no es en absoluto destacable, mientras que las otras tres, por diversas razones, son interesantes, importantes, dignas de verse, etc. Entonces, ¿por qué el público, de todo tipo, llena las interminables salas de García-Alix, al que tienen visto y revisto, mientras que ven con cierto sentido de obligación –o ni siquiera– y sin gran placer, las de los otros artistas, que posiblemente nunca han podido ver directamente? Algo parecido pasó cuando coincidieron en las mismas salas las obras de Antonio López y Gary Hill. Todos los lectores de esta revista seguramente ya tienen sus prejuicios formados al respecto, y seguramente les interesa más Hill que López, sin embargo, las colas se alargaban a las puertas de las salas del español profundo, mientras que las salas del americano estaban prácticamente vacías.
¿Qué pasa? Para mí la respuesta está en la falta de capacidad de los intelectuales y de los artistas actuales en compartir sus conocimientos, sus placeres, sus experiencias estéticas, con el resto de la sociedad. En el lenguaje, no ya simbólico del arte actual, sino en el vocabulario críptico de gran parte de los artistas, en el esfuerzo por escribir textos para nosotros mismos –y para nuestros pequeños y endogámicos círculos culturales– de los teóricos en general y de alguno en particular. No estoy hablando de divulgación. Efectivamente, soy consciente de que el arte de una época siempre ha sido poco o nada entendido por la sociedad que lo engendra. También soy totalmente consciente que la educación actual ha olvidado aquellos sectores más simbólicos de la cultura como la música y las expresiones visuales, que el arte actual no se estudia realmente ni en las universidades (salvo excepciones). Tampoco creo, y de hecho me he manifestado en contra sistemáticamente, que el museo deba adoptar esa función pedagógica basada puramente en la enseñanza y en la descripción informativa de la obra y de la historia del arte que es esencial como base de un posterior conocimiento.
Pero el problema también radica en nosotros mismos, en todos nosotros, que hacemos cada vez más cerrado el gueto en el que nos desenvolvemos, generalmente no siendo ni claros ni sinceros. Tal vez sea una costumbre que ya difícilmente podremos erradicar pero escribimos para releernos, y en el mejor de los casos, para los estudiantes a los que enseñamos y para otros pocos especialistas o eruditos. Algunos solamente para ellos mismos. Ese pequeño grupo de grandes intelectuales con cátedras de estética en las universidades, con columnas y secciones en los diarios, con novelas y ensayos incuestionables, que a pesar de ser reconocidos como escritores actuales, cuando escriben o hablan de arte -y les gusta mucho hacerlo, sobre todo en conferencias bien pagadas por instituciones culturales- lo hacen con supina ignorancia, con errores categóricos, inexactitudes, opiniones perversas y discursos demagógicos que provocan aún más desprecio entre los seguidores de las artes visuales de hoy.
El porqué de que un público amante de la música “culta” actual, lector infatigable de escritores vivos, amante del teatro y del cine, viajero incansable, no asista, no entienda ni disfrute del placer visual e intelectual que genera la creación plástica contemporánea es algo que no puedo alcanzar a comprender. Como tampoco puedo llegar a entender esa especie de sabotaje permanente a muchos de nuestros más valiosos intelectuales al arte de hoy. Es como si los rechazaran porque se sienten señalados como ignorantes buzones, como representantes de un establecimiento social y cultural caduco. No sé. Tal vez después de leer este nuevo EXIT Book se puedan entender mejor algunas de las crisis de la sociedad en la que vivimos. Hasta el verano, y que disfruten con las ideas, con el arte, con la vida, porque todo viene a ser una misma cosa.