domingo, 25 de marzo de 2012

Es la enseñanza de arte un fraude?

Por: Fietta Jarque | 21 de marzo de 2012

En opinión del artista y profesor de artes plásticas durante 35 años en la universidad estatal de Nueva York, Luis Camnitzer, sí, la enseñanza de arte tal como se imparte en prácticamente todas las universidades es un engaño mayúsculo. Y para eso aporta un razonamiento muy simple que parte de su experiencia. Lo dijo hace un par de semanas en una conferencia titulada La enseñanza de arte como fraude, en la galería Parra & Romero de Madrid, y lo repetirá mañana en Bogotá, en la Universidad Nacional de Colombia. Según el artista conceptual uruguayo, las universidades venden la carrera de artes plásticas como si fuera un medio de producción para ganarse la vida. Eres ingeniero, médico, administrador de empresas o artista. Un diploma acredita que has tenido estudios superiores y se supone que con él podrás estar preparado para subsistir y mantener una familia. Camnitzer afirma que, al menos en Estados Unidos donde la mayor parte de las universidades son privadas, esto llega a ser una "caricatura obscena". La carrera viene a costar unos 200.000 dólares a cada alumno. ¿Qué espera conseguir al terminarla? Hay dos opciones: ser un artista que pueda vender sus obras en el mercado o dedicarse a la enseñanza de arte. "En los 35 años que enseñé en la universidad debo haber tenido unos 5.000 estudiantes", dijo. "De ellos no más de 500 entraron en el circuito de galerías y solo unos 20 han conseguido vivir de la venta de sus obras. Pongamos que los demás se hicieron profesores de arte, quienes a su vez perpetuarán el lucrativo sistema educativo universitario y tendrán unos 240.000 estudianes de los que solo saldrán al final unos 480 artistas". En pocas palabras, el negocio de la enseñanza se nutre a sí mismo, pero el producto que el alumno obtiene de ella es solo ínfimo. "Es una profesión deificada, lo que se enseña son técnicas artesanales. No consigue formalizar la experiencia de lo desconocido, sino acomodarnos al arte como una disciplina, una forma de producción". Para él se trata de "una enseñanza sobre cómo hacer productos y venderlos en lugar de cómo revelar cosas a través del arte".
Camnitzer, autor de libros tan iluminadores y polémicos como Didáctica de la liberación: arte conceptualista latinoamericano y otros textos, participó hace unos días en el seminario internacional Repensar los modernismos latinoamericanos en el Museo Reina Sofía. Pese a su veteranía mantiene una actitud rebelde y señala que lo que prevalece "es un modelo de pedagogía autoritaria que minimiza la posibilidad de reunión con y entre los propios estudiantes", con el objetivo de generar ideas. Parece que "los dividen entre genios e imbéciles, sin posibilidad de hacer un lugar para los creadores normales. El sistema educativo solo está orientado para identificar a los genios, algo que proviene de la época de la Bauhaus. Enseñar a tener ideas requiere más que transmitir información. El buen arte tiene la función de ser subversivo. Lo que se genera en las universidades es un arte-valium".

Cualquiera que lea esto pensará que alguien que ha hecho el juego a este sistema perverso, como un asalariado del sistema que critica, es también un cómplice. Pero Camnitzer ha caracterizado sus clases por una actitud muy acorde con lo que predica. Es una excepción, aunque se le ha permitido. "El arte puede ser utilizado como un territorio de libertad", dijo, "y analizar a través de él los procesos de toma de decisiones". Según él, el arte es el único territorio para realizar o simular acciones ilegales sin el riesgo del castigo. "El arte es un lugar donde se pueden pensar cosas que no se pueden pensar de otra manera". La clave está en la palabra pensar como "una estrategia para administrar evocaciones. Una respuesta de la que debemos deducir cuál fue la pregunta". Y concluye: "en arte es más importante hacer conexiones que crear productos".

martes, 6 de marzo de 2012

sábado, 3 de marzo de 2012

¿Hacia un futuro sin cultura?

Cuando todo es hipermercado, el arte se convierte en un foco de inversión más. Como tal, ha de ser publicitado de la manera más eficaz, tanto desde las propias instituciones como desde las empresas privadas. Asimismo, tal consideración de producto, tiñe a la obra de arte con una pátina de valores excluyentes, o sea, valores explícitos e implícitos de exclusividad.

Ese aspecto cuantitativo de la obra de arte (ese valor comercial), denota en una serie de facetas que constituyen su calidad y que, por tanto, generan interés. El éxito de la obra de arte, tanto si es actual como si no, estará determinado por la confluencia y consenso de una serie de factores, esto es, por una fórmula que, pese a la vanidosa negativa de los expertos en mercadotecnia, siempre suele ser infalible. Así, una gran exposición es tal en tanto que su éxito público está garantizado por esa serie de cocientes.

Arte y cultura

Pero dado los tiempos que corren, sabido y superado ya el recetario del éxito, cabe indagar en el valor neto del resultado, o lo que es lo mismo, cabe pensar qué lugar ocupa ese éxito. Ante la sobreabundancia de eventos relacionados con la palabra arte y con la palabra cultura, el espectador común se siente abrumado. Por su parte, el visitante de museos entiende que ya no se trata de buscar obras de arte, sino de buscar discursos expositivos que, sin ser novedosos, cuenten algo que suscite su interés particular. Hasta ahora y como siempre, el contenido del simulacro, la obra de arte, ha sobrevivido situada en el umbral de la risa o la seriedad.

El egocentrismo de artistas y críticos (y demás secuaces) ha querido que la habitual contemplación de cuadros o esculturas (fundamentalmente en las grandes instituciones) no sea otra cosa que un discurso, una articulación más o menos lógica y más o menos coherente de ideas propias. La asunción, en definitiva, de una idea centrípeta de las artes como una parte más del reloj social, con la cual se hace política y se genera riqueza.

Por su parte, la prensa cultural, especializada en promover el lado más nefasto del espectáculo, ha vulgarizado el arte hasta convertirlo en un dolo indigesto, sostenido por explicaciones grandilocuentes o sucintas, que no hacen otra que cosa que uniformar a muchos lectores que, aún hoy, creen que los cuadros están pintados con ideas o forjados bajo una serie de nobles y elevadísimos absolutos, cuando en realidad, están elaborados a partir de necesidades estrictamente fisiológicas. Quizá la tarea inmediata de todo el entramado del arte y de todos sus sabios, sea declarar que no hay plan oculto.

¿Hacia un futuro sin cultura?

La desconfianza hacia las nuevas tecnologías ha desaparecido y el ejercicio de hiperrealidad ha normalizado el discurso estético, aunque no todas sus posibles connotaciones. Y aunque el arte ya no explica nada, sí sigue implicando a los sentidos, razón por la cual podrá ser exhibido en comedores, letrinas y dormitorios. Todos lugares aptos tanto para la lectura como para la expresión gráfica. Renunciadas las glorificaciones, habrá que estar atentos a todo eso que sucede en expresiones efímeras, desde las más escatológicas y burdas, hasta otras algo menos viscerales.

Los museos han entrado ya en un híbrido que se conoce con el nombre de turismo cultural. La guía turística, desvirtuada suerte de 'el grand tour' que irrumpió con fuerza en los albores de la Edad Contemporánea, acaba presentando los museos como grandes cajas de joyas, una escala más en el tocador. Por contra, muchos equipos de curadores e historiadores del arte sin voz pública ni reconocimiento, trabajan de manera incesante en la otra cara de la moneda. Un Estado moderno ha de garantizar la democratización de la cultura, pero la difusión de contenidos no debería suponer una vulgarización masiva de productos.

Por otro lado, los programas educativos (tanto de enseñanza primaria como secundaria) carecen de competencias sólidas relativas a la educación por medio del arte, formando meros consumidores. No se potencian ni contemplan en los currícula las aptitudes estéticas de los estudiantes, como tampoco se fomenta un estudio coherente sobre ellas.

Consagrada la norma de la seducción, la intimidad terminará por revelarnos con qué sensación nos quedamos. Mientras tanto, seguiremos haciendo literatura barata y esperando, ávidamente, que una mente lúcida suelte una estruendosa carcajada en medio de un museo.

Hoyesarte, diario de arte.

jueves, 1 de marzo de 2012

Nayeli Nesme opinión sobre el artículo: ¿Hacia un futuro sin cultura?

Qué interesante me ha resultado este artículo. La música, la más vulgarizada y mercantilizada de las artes, ha sido pionera al respecto. Tanto que, en México, algunos programas becarios y académicos, hacen una grave separación entre Arte y Música. A mi parecer, la tendencia es mundial. Muchos artistas de generaciones intermedias luchamos día a día con el acertijo de lo que esto significa y sus implicaciones. Muchos tendrán cabida, pero habemos quienes seguimos siendo una resistencia estética y conceptual frente a las corrientes que banalizan la vocación del arte. A propósito y, en contraste, me permito extraer un artículo del compositor sinfónico, naturalista y conservacionista mexicano, Federico Álvarez del Toro, de su columna CONTRACULTURA, del diario chiapaneco, Cuarto Poder.
“Los Sobrevivientes”
“Los sobrevivientes”, comparten una sensibilidad parecida. Es una generación huérfana de Ángeles y Demonios. Los sobrevivientes son callados, les emociona hablar de la década dorada, y los ruboriza, porque vienen de una guerra ideológica que dejó heridos y muertos. Escuchan en la intimidad un arsenal de música, que les ayuda a sobrellevar el mundo material. Leen y siempre encuentran las palabras exactas que necesita su alma para pasar el día. Sus encuentros humanos son intensísimos y profundos. Si tienes por aliado un sobreviviente, es una amistad que durará por siempre. Son buenos para compartir la soledad existencial y para negociar la muerte. Puedes llamarles en las madrugadas para contarles tus penas, la pobreza o las injusticias. También poseen un brillante humor negro y son excelentes para reírse de todo. Saben que la pobreza y la riqueza son relativas. Que todo es una farsa y se burlan de las representaciones teatrales políticas y las apariencias. Los sobrevivientes de la cultura son adolecentes eternos, niños asombrados, guerreros incansables. Por ello es difícil predecir su edad con exactitud. Son jóvenes maduros con almas antiquísimas. Hombres y mujeres a mitad de la vida, a los que no les falta nada, pero sienten que lo han perdido todo, viven en una especie de orfandad cósmica. Casi siempre andan solos, tienen la mirada penetrante, suelen ser interiormente libres e intelectualmente brillantes. Tienen capacidad de análisis agudo. Ven a la sociedad tal como es, viven en ella y a la vez no, como si pertenecieran a otro orden de las cosas. Los sobrevivientes crearon su propio universo moral. Las reglas de las masas no rigen su vida, ni se guían por modas, fechas o costumbres. Transgreden horarios y normas, son impredecibles. Pueden compartir su cena con reyes o indigentes y ser igualmente felices. Los sobrevivientes tienen la sonrisa bonita, son agridulces. Vulnerables para el afecto y tántricos en la intimidad, no tienen prisa para terminar de amar. La vida pasa a su lado y les desliza lágrimas por una piel impermeable, dura y tatuada de cicatrices. Los sobrevivientes que vivieron la contracultura son desadaptados. Disfuncionales en la vida y funcionales en el arte. Los sobrevivientes de la música de la edad de oro aman el café y las conversaciones irreverentes. Viven sin más expectativa que el hoy y por eso, son insustituibles.