miércoles, 1 de mayo de 2013

Valor y precio - Rosa Olivares

Decía el poeta Antonio Machado en uno de sus versos, siempre claros y siempre certeros, que “Solamente el necio confunde valor y precio”. Se asombraría don Antonio de la cantidad de necios que viven este principio de siglo XXI en puestos de cierta importancia, es decir, comprando, asesorando, curando, y en diferentes tipos de puestos intermedios. Formando eso que se llama profesionales del arte. Curiosa definición para una profesión que no es tal, para un grupo social que procede de cualquier parte, de estudios de estética, de filosofía, de historia, de bellas artes, de cualquier otro campo. Conozco críticos y curadores que son médicos de formación, otros que nunca estudiaron una carrera, que no tienen título, afamadas curadoras internacionales tienen estudios de decoración... y los artistas tampoco proceden del mundo de las bellas artes, hay muchos, no quiero decir los mejores por no ofender a nadie, pero desde luego algunos, muchos, de los mejores que proceden de una autoconstrucción que se basa en estudios semiológicos, en ciencias, comunicación, y sobre todo, en la experiencia, en la vida, en la vida, en la vida, en la vida.

No vamos a hablar de galeristas, dealers, o coleccionistas, ni del sector comercial del arte en general, que se acercan unos por afición, otros porque es un gran negocio, otros, algunos, por pasión. Lo del negocio, aunque parezca mentira, es cierto. Uno de los recién descubiertos evasores de capital español en Suiza, denunciado públicamente por el exempleado de HBSC es un galerista de larga trayectoria en España, que curiosamente no está presente en ARCO, tal vez no le haya hecho falta para forrarse vendiendo Sauras y todo el arte español durante décadas. Seguro que tampoco le ha hecho falta una carrera ni una especialización, con saberse los versos de Machado ha podido tener suficiente.

Sobre la especialización habría que regresar a Baudelaire que definía al crítico de arte (una figura ya casi olvidada y tapada por la del curador, el gestor cultural y tantos otros que no tienen nada que ver con él ni con su trabajo) como un aficionado que escribe bien.
Siempre me ha gustado esa definición porque es en la que más a gusto me he encontrado siempre: el arte es una pasión, a pesar de trabajar en el sector, a pesar de los estudios, a pesar de la experiencia, a veces oculta entre las multitudes, a pesar de todo y de todos. En definitiva soy solamente una aficionada que quiere pensar, que escribe bien, y que desde luego nunca ha confundido valor con precio. Y me sorprendo continuamente de que tanta gente, tanta gente incluso inteligente, confunda continuamente no sólo valor con precio, sino arte con desastre, obra con ocurrencia, artista con saltimbanqui, coyuntura con panorama… en fin, tal vez lo que haya que estudiar es lengua y semiología.

En cualquier caso asisto sorprendida siempre ante el éxito fulgurante de artistas como Ai Weiwei (por favor no confundir con el éxito de Damien Hirst), por poner un nombre inevitable, a la entronización coyuntural de cualquier artista como si se tratara de la pata de elefante en los pantalones de señora, la corbata estrecha o los tonos grises y negros para este invierno. Sorprendida de la falta de rigor para casi todo, de cómo curadores ignorados (tal vez no tan ignorantes como pueda parecer) florecen como flor de temporada y cruzan los mares con su prosa y sus charlas, paneles se llaman ahora, para repartir su doctrina a lo largo y ancho del vasto mundo. Y que serán sustituidos el próximo año, con la próxima temporada por otros con currículos aun más sorprendentes en una retroalimentación imparable.

Menos mal que todavía quedan aficionados, y artistas, y apasionados por el arte que siguen salvando los muebles de esta casa que hace aguas por todas partes en medio de una tormenta insaciable.

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