miércoles, 4 de abril de 2012

Y tú que lo veas por Elena Vozmediano El retrato áulico

Hace unos días se levantó una gran polvareda mediática a cuento del encargo de un retrato de José Bono para la Galería de Presidentes del Congreso. Se dijo en principio que el pintor Bernardo Torrens cobraría 96.000 euros por el cuadro pero fuentes del Congreso precisaron que serían 82.600 euros: 70.000 más el 18% de IVA. Pues que sepan que están pagando de más, porque el tipo de IVA aplicable a la venta directa de obras de arte -cuando factura directamente el artista- es del 8%. ¿Y han contabilizado la retención del IRPF? En cualquier caso, un dineral, aunque mucho menos de lo que cuesta el retrato que Francisco Álvarez-Cascos encargó en 2009 a Antonio López para la galería de ministros de Fomento y que aún no se ha presentado: 194.000 €.

Resurge, con estos casos, la polémica de los retratos oficiales. Se suele hablar del coste para los contribuyentes y del ego de los políticos pero casi nunca se habla del valor artístico de los cuadros o de la estética imperante en este tipo de obras. Aparte de la galería del Congreso y de la del Senado, son varios los ministerios que mantienen desde hace décadas galerías de titulares. No es una costumbre exclusiva de la Administración estatal: ayuntamientos, diputaciones y comunidades autónomas la cultivan. Entre unos y otros, estamos invirtiendo cantidades muy importantes en colecciones que pueden tener un interés documental y de afirmación institucional pero que no constituyen ningún tesoro artístico. Pasa con el retrato lo mismo que con el arte eclesiástico: los mejores artistas se han desinteresado del género, que ha quedado en manos de un puñado de “pintores de corte” muy conservadores que se están haciendo de oro.

¿Por qué siempre los mismos? Hay, claro está, pintores figurativos con lenguajes más actuales que tienen la habilidad técnica necesaria para responder a esta demanda pero, o bien no parecen adecuados a los comitentes -que seguramente no quieren correr riesgos- o bien no se prestan a realizar tales servicios al poder. Las instituciones no parecen entender que, puesto que están manejando dinero de todos, deberían demostrar una gran responsabilidad y destinar esos fondos a enriquecer el patrimonio artístico público; lo que prima es el deseo de los retratados de verse favorecidos, elegantes y revestidos de “nobleza”. De hecho, son siempre ellos quienes eligen a su pintor. Se amparan en el apartado 'd' del artículo 154 de la Ley de Contratos del Sector Público, que dice que podrá hacerse un encargo directo cuando “por razones técnicas o artísticas o por motivos relacionados con la protección de derechos de exclusiva el contrato sólo pueda encomendarse a un empresario determinado”.

¿Quién podría tomar este tipo de decisiones? Muchas de las instituciones no tienen personas u órganos asesores en materia de arte contemporáneo -deberían- pero otras sí. El Estado, a falta de algo más apropiado, dispone de una Junta de Calificación, Valoración y Exportación de Bienes del Patrimonio Histórico que tiene, entre sus funciones, la de analizar y emitir propuestas sobre “la adquisición de bienes culturales por parte del Estado que pasan a formar parte de la colección de museos, archivos y bibliotecas estatales”. Puesto que hablamos de colecciones públicas, esta Junta debería ser escuchada.

Si en verdad es necesario dar continuidad a estas galerías de retratos, sería preciso introducir una mayor flexibilidad en los medios empleados. Manuel Marín, antecesor de Bono, ha pedido a la fotógrafa Cristina García Rodero que realice su retrato y ha tenido que esperar a que Bono dejara el cargo para poder hacerlo, pues la anterior Mesa del Congreso se oponía frontalmente a tal ruptura de la tradición. Sumar al patrimonio del Congreso una obra de García Rodero es, sin duda, una buena idea, aunque no haya sobresalido ella precisamente en el retrato sino en el documento antropológico. El precio -26.000 €- es elevado, más de la cuenta, pero menos disparatado que el de los retratos al uso. Y no es Marín el primer efigiado que prefiere la fotografía: el año pasado Juan Ávila, ex-presidente de la Diputación Provincial de Cuenca, se hizo retratar por Ricky Dávila.



Como decía, hay algunos pintores que se están forrando. Pasó el reinado de Ricardo Macarrón y Álvaro Delgado. Ahora se lleva un estilo más “sereno”, más acabado, que se cotiza al alza a pesar de la crisis. Si pensamos que muchos museos españoles apenas pueden hacer adquisiciones por falta de presupuesto, cada euro que va a estos relamidos retratos parece un delito. Aquí les dejo un somero e incompleto repaso de encargos oficiales de los últimos años para que puedan calibrar las dimensiones del fenómeno: tengan en cuenta que existen otras muchas galerías de retratos institucionales que hay que engrosar a cada relevo. Como verán, la estética dominante es un hiperrealismo que emula el retrato fotográfico pero algunos personajes se salen del tiesto y muestran sus predilecciones personales, la mayoría de las veces con resultados cuestionables.

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