sábado, 16 de noviembre de 2013

Coleccionismo de arte en España: historia de un desastre - Ángeles García

Si damos por bueno el principio de que el nivel del coleccionismo de arte está vinculado al desarrollo cultural, político y social de un país, no hay por donde coger a España. Apenas existe, no importa  y solo se perciben señales hostiles desde los poderes públicos (IVA del 21%,  ausencia de Ley del mecenazgo) hacia aquellos que contra viento y marea persisten en su amor por el arte.
Ya el pasado año, la Fundación Arte y Mecenazgo que impulsa la Caixa dio a conocer un informe en el que se alertaba sobre la contracción de un mercado raquítico en relación con Europa y Estados Unidos. Clare McAndrew, fundadora y directora general de Arts Economist, denunciaba que, ateniéndonos al número de operaciones y precios muy inferiores a la media de otros países, el español era uno de los mercados más raquíticos de Europa. La experta añadió que entre 2007 y 2011 el sector había caido un 33%. Un año después de conocer aquellos desalentadores datos, se vuelve a demostrar que todo es susceptible de empeorar y el descenso del negocio, se estima en un 62% , según el último informe de Artprice.
Pero ¿qué es lo que ha ocurrido para que un país que fue la envidia de Europa por las colecciones auspiciadas desde la monarquía, la nobleza e incluso la iglesia se haya convertido en un paria? La historiadora María Dolores Jiménez-Blanco ha investigado las causas en un aleccionador informe presentado el pasado jueves. Es el segundo cuaderno de Arte y Mecenazgo y en sus 154 páginas se hace una detallada aproximación a las razones del desastre.
Remontándose al siglo de Oro, Jiménez-Blanco recuerda que durante el reinado de Felipe IV se produjo en la Corte madrileña uno de los momentos más brillantes del coleccionismo, no solo español, sino también europeo. Lo que se adquiría era arte internacional contemporáneo de la época. Fue un momento álgido que empezó a desmoronarse durante el paso del siglo XVIII al XIX. Con Fernando VII, la relación de la Corte con el coleccionismo de arte se modifica sustancialmente y pese a la fundación del Museo del Prado en 1819,se produce un quiebro del mecenazgo regio hacia el arte y un desinterés absoluto por el patrimonio artístico heredado.
Esa enfermiza displicencia por el arte sigue viva hoy en los estamentos oficiales. María Dolores Jiménez-Blanco cita a Javier Portús, conservador del Prado, quien suele recordar que un coleccionismo fuerte responde a un país fuerte. Y que España, cuando fue poderosa acumuló un patrimonio formidable. Cuando España dejó de ser importante, se desentendió de su patrimonio.
En el trabajo de la historiadora, se afirma que la sequía se agudiza y extiende hasta la Transición. Un coleccionismo cauto, silencioso y semiclandestino, se fue desarrollando en una posguerra en la que el arte contemporáneo no daba relumbrón precisamente. La inexistencia de museos da una idea del aislamiento cultural. Hubo que esperar hasta finales de la década de los sesenta para conocer los primeros destellos de arte internacional. Fue gracias a Fernando Zóbel y a Juan March.
Pero el intento más real de resucitar el arte contemporáneo y el coleccionismo llega con el gobierno socialista de Felipe González y con Javier Solana como ministro de Cultura, un hombre que entiende la importancia del arte para crear una auténtica marca España y como la mejor manera de introducir la cultura en un país olvidado del mundo. Con Carmen Giménez como responsable de exposiciones, se crea el embrión del futuro Reina Sofía y en España se ven por primera vez obras de los artistas más importantes del mundo y colecciones extranjeras que aquí eran inimaginables.
Jiménez-Blanco pone como ejemplo una exposición que marcó un hito en el coleccionismo español. Fue en 1988 en el Reina Sofía, donde se exhibió parte de la colección de el conde milanés Giuseppe Panza di Biumo. Eran 57 piezas de arte mínimal realizadas por Carl André, Dan Flavin o Donald Judd. poco se sabía de esos artistas, pero aún menos conocíamos a coleccionistas que hubieran dedicado toda una vida a apostar por el arte contemporáneo.
Vendría luego el Thyssen, Arco, y la creación de numerosas colecciones públicas y privadas que cambiaron el color del panorama artístico español.
El crecimiento fue espectacular e incontrolado, porque no solamente en el gobierno central se dieron cuenta del beneficio inmediato que el arte aportaba para la imagen del país. Las 17 comunidades autónomas se sumaron a un carro en el que no siempre predominó el sentido común y los gastos crecieron paralelos a la burbuja inmobiliaria que empezaba a contaminar el desarrollo español.
La crisis aguó la fiesta y los cuatro últimos años el decrecimiento amenaza con aniquilar lo poco conseguido en los tiempos de Solana. La mayor parte de los nuevos coleccionistas eran profesionales de la clase media. Médicos, abogados, ingenieros, arquitectos... cuya disponibilidad económica es escasa ahora. Pero las trabas y el frenazo no son solo por falta de liquidez. El informe de Arte y Mecenazgo concluye pidiendo un esfuerzo en educación y sensibilidad social. Y, por supuesto, que se acabe con una presión fiscal claramente enemiga y una Ley del mecenazo sin la cual el resurgir se contempla como imposible.

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