lunes, 25 de noviembre de 2013

Vivir entre arte - Rosa Olivares


Coincidiendo en el tiempo, en una misma semana, hemos asistido como espectadores a dos situaciones muy diferentes de lo que se podría definir como ”vivir entre arte”, algo que sólo pueden hacer los coleccionistas (grandes o pequeños), aquellos que trabajan en museos y, por supuesto los artistas. Los artistas son los que crean, por lo tanto su relación con la obra de arte es distinta a la de cualquier otra, es, por decirlo de alguna forma, algo natural e inevitable. En la misma semana hemos asistido a la inauguración del museo Jumex en México DF y a la confiscación por parte de la policía alemana de la inmensa colección de obras de arte que Cornelius Gurlitt tenía en su casa en Munich. Cornelius (un nombre y una historia sin duda para un cuento de finales del siglo XIX) vivía literalmente con el arte, solamente con sus cuadros de Chagall, Matisse, Lieberman… como él mismo afirmó en sus escasas declaraciones a la prensa “Yo sólo quería vivir con mis cuadros”. Porque obviamente eran sus cuadros, heredados de su padre (director de museo, coleccionista, uno de los introductores en Alemania del arte moderno, y posteriormente, al parecer, colaborador necesario del nazismo) y aquí no voy a entrar en cómo consiguió esta colección extraña y millonaria, y hablamos de más de mil millones de euros. Cornelius había crecido entre estos cuadros, los tenía colgados en su apartamento de escasos cien metros cuadrados. Vivía sin opulencia, solo y discretamente, sin Internet y casi sin usar el teléfono. Los cuadros, sus personajes, el arte, eran su única compañía y prácticamente su única familia en su autoexilio interior en una ciudad que detesta.

En México centenas de personas han asistido a la inauguración de un edificio realizado por uno de los arquitectos especializados en Museos más destacado del mundo, David Chipperfield (restauración del Neues Musuem de Berlín, Museo Gotho de Tokio, del Figge en Iowa, entre otros), casi siete mil metros cuadrados en una excelente zona de la capital mexicana; de mármol, jardines y terrazas. Entre las líneas que han leído un poco más arriba y estas han transcurrido casi un siglo, ya no hay Chagall o Picasso en las paredes, ahora son Koons, Warhol, Hirst los que cuelgan en en esas salas lujosas y perfectamente climatizadas entre las que van a vivir sólos, entre excepcionales medidas de seguridad y conservación. Cornelius tenía cuadros en los armarios, sus favoritos en el dormitorio y en la salita donde pasaba casi todo el día. En el caso de México asistimos a un evento público, en el que se reúne la sociedad artística, que en general mantiene una relación fría y profesional con el arte, aunque obviamente también hay quien colecciona y vive con algunas piezas, pero son siempre obras que están donde están por su carácter patrimonial y por su aspecto decorativo. Para Cornelius estos cuadros, no ya el arte en abstracto, sino estos cuadros, sus cuadros, no tenían un valor económico cuantificable, ni era una cuestión de decoración tenerlos colgados, eran parte físicamente de su propia vida. Ahora que le han quitado sus cuadros (que muy posiblemente le deberán devolver ya que no parece fácil demostrar que eran robados por su padre y no aparecen dueños probados) su vida se ha resquebrajado, de repente más de treinta personas entraron en su casa, donde posiblemente no había entrado tanta gente sumando las visitas de muchos años. El edificio Jumex representa en estas vidas paralelas la colección grandiosa, en evolución, con cientos de piezas, obras de arte que no tienen quien las quiera y quien las acaricie con su mirada cada día, quien les desee buenas noches, simplemente, como niños ricos, viven alejados del calor de una familia, cuidados por profesionales que se preocupan por su salud y bienestar, pero sin amor, sin esa cercanía de Cornelius, sin esa relación de dependencia, vamos, sin ninguna relación. Claro que Cornelius, ya lo lleva en el nombre, es un tipo raro, un enfermo asocial, y la colección Jumex y cualquier otra gran colección son demostraciones de poder y de riqueza, los dos valores más admirados de la sociedad actual. A mí lo que me gustaría saber es que sintieron las bañistas, la pianista, las figuras que vivían con Cornelius, desde sus fragmentos de lienzo y pintura, desde el tiempo eterno del arte, cuando vieron que la policía los apartaba de Cornelius, tal vez para ellos era un secuestrador, tal vez su familia. Tal vez los cuadros de Damian Hirst o Jeff Koons, hijos de otra época y de otra forma de entender el arte, sientan un poco de envidia por el amor del que han disfrutado durante tantos años los cuadros de Cornelius.

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